Cuando comencé en el teatro sólo a medias comprendía qué significa que no haya necesidad de que mi trabajo se realice. Durante años he suplido esa idea con la obsesión permanente solemnidad falta de humor círculos de amigos expertos y críticos encargados de sujetar el velo de la importancia. Pero la inutilidad ha ido creciendo en silencio y se concretó en una figura palpable la noche que no se estrenó La vida es sueño.
Ahora me veo apartada de las personas con las que tanto ansiaba dialogar, inmersa en un tema que a nadie toca. Les veo prepararse para asistir a una vida cuyo acceso desconozco.
He tratado de acortar esa ausencia lanzando dardos que acabaron estrellándose en el cristal de ese mundo al que ya no pertenezco. Un mundo empapelado por la publicidad de mi existencia y en el que ya no hay tiempo para existir.
Mientras tanto he decidido adoptar una pose de poetisa trasnochada para evitar pensar en mi insignificancia.